miércoles, 25 de abril de 2012

TELESECUNDARIA UN MODELO CONSTRUCTIVISTA

El presente ensayo propone una visión de la educación constructivista centrada en el desarrollo integral del ser humano. Parte de planteamientos epistemológicos, antropológicos, sociales y psicológicos que ubican la propuesta para formar profesionales competentes, ciudadanos comprometidos y seres humanos íntegros como una responsabilidad de las instituciones de educación superior. Señala algunas implicaciones curriculares de esta postura, así como la propuesta de pasar de un modelo centrado en la enseñanza a otro basado en el aprendizaje. Define diversos tipos de aprendizaje significativo y concluye con sugerencias prácticas para el profesor de instituciones de educación superior.
PALABRAS CLAVE: modelos, aprendizaje, profesores, papel del profesor, relación maestro-alumno.

1. INTRODUCCIÓN.
En diversas reuniones con académicos se nos ha planteado la inquietud sobre qué construye el constructivismo. Algunos piensan que es una moda, que se reduce solamente a “hacer que los alumnos trabajen”, a aplicar técnicas grupales. Otros consideran que es una teoría pedagógica. Pero el constructivismo es algo más: es una corriente educativa que tiene fundamentos epistemológicos, antropológicos, éticos, axiológicos, psicológicos y sociológicos; por lo tanto, tiene distintas versiones, agrupa diversas teorías, conceptos, principios y puntos de vista, pero todos tienen algo en común: pretenden responder a las necesidades, requerimientos y exigencias de un “cambio de época” (Delors, 1996; Dussel, 1998).

Un cambio de época significa que no solamente estamos en una época que ha generado y presenciado cambios vertiginosos en el campo económico, político y social, en el ámbito científico y tecnológico, en nuestra relación con la naturaleza e, incluso, en nuestras relaciones humanas. Implica que estos cambios requieren cambios en nuestra manera de ver, entender y juzgar el mundo; ya no podemos basarnos en modelos reproductores del pasado, no podemos incorporar acríticamente conceptos pensados por otros. Debemos pensar por nosotros mismos, ver la realidad con ojos nuevos (Fullat, 2000; Morin, 2000).


Nuestra perspectiva parte de una afirmación radical: hay realidad, la realidad existe, no vivimos en el mundo de sombras platónico (Zubiri, 1996). Ahora bien, lo que se construye es la realidad humana, una realidad que tiene sentido. Y usamos la palabra sentido en sus dos acepciones: la realidad humana tiene significado, es cognoscible, es entendible, es aprehensible. Las cosas nos dan que pensar… si les preguntamos. Asimismo, la realidad humana tiene dirección, tiene historia: yo entiendo la realidad desde mis experiencias previas, desde mis necesidades, desde mis expectativas como persona; pero también entiendo que la realidad que vivo ha sido generada por mis ancestros, hay una experiencia acumulada, hay conocimientos probados, hay valores y creencias que nos permiten convivir, hay tecnologías que nos permiten sobrevivir y desarrollarnos. En breve: la realidad humana se transforma en cultura. Estamos parados en hombros de gigantes (Gadamer, 2000), pero nuestra vida sólo la podemos vivir nosotros. A esta postura se le ha denominado realismo crítico, pues se trata de no simplificar las cosas, sino profundizar en ellas para encontrar sus exigencias e implicaciones (Piaget, 1985; Zubiri, 1996; Lévinas y Sucasas, 1998; Lonergan, 1999).

Ahora también surge la pregunta: ¿Por qué humanizante?

La respuesta surge de poner el centro de la mirada en el ser humano, pero no como “centro del universo”, sino como un ser relacional que se va construyendo continuamente a lo largo de su vida. Se concibe que el ser humano es capaz de ser cada vez más consciente, libre, dinámico y responsable; capaz de construir y reconstruir su realidad en relación con los demás; capaz de ser feliz, tanto ahora, en su vida actual, como en un posible futuro utópico. Es un ser que busca irse perfeccionando, a pesar de los obstáculos que se le presentan en este camino, capaz de lograr sus fines (López Calva, 2006; Avilez, 2007).

La persona, al ir construyendo la realidad humana, se humaniza, logra ser lo que es, siendo. Al encontrar sentido a la realidad desarrolla sus potencialidades: ejerce y afina sus sentidos, desarrolla su inteligencia, ejerce su razón, su pensamiento crítico y creativo, reconoce sus sentimientos, valora su vida y la de los demás, puede comunicarse y convivir con otros. La persona busca su autonomía, pero sabe que su punto de vista es solamente la visión desde un punto; por lo tanto, requiere dialogar con otros para comparar y confrontar los diferentes puntos de vista y así apropiarse de los objetos de conocimiento que la realidad le presenta (Zubiri, 1996).

El ser humano existe para buscar su autorrealización en relación con otros seres humanos, con el mundo y consigo mismo; para buscar la trascendencia desarrollando una consciencia transformadora de sí mismo y de lo que lo rodea.
Antes que nada, es necesario mencionar que esta propuesta parte de una crítica a la educación tradicional, predominante hasta nuestros días, centrada en la transmisión de informaciones por parte del maestro hacia el alumno; en ella se considera como lo más importante que el estudiante “domine” (es decir, memorice) ciertos conocimientos estáticos, abstractos y descontextualizados, por lo que no responde adecuadamente a las necesidades del mundo contemporáneo.

En esta corriente se plantea que el profesor transmite su “sabiduría” (que muchas veces es solamente la repetición de lo que dijeron otros) a los alumnos para que éstos la repitan y reproduzcan los comportamientos indicados por él. Se educa para controlar a los alumnos y así preservar y transmitir los valores, creencias, conocimientos y técnicas de la cultura dominante. Es un proceso de incorporación de los jóvenes a la sociedad para mantener el status quo; se educa para formar individuos dóciles, que puedan incorporarse fácilmente al mercado de trabajo porque “siguen las reglas” sin cuestionarlas.

Asimismo se critica un enfoque tecnocrático donde el individuo es sólo un engranaje más de la sociedad, donde se persigue el “éxito” a costa de todo, donde el fin justifica los medios. Desde este punto de vista se educa para formar sujetos eficaces, eficientes, racionales y productivos, funcionales, “útiles a la sociedad” pero también competitivos, egoístas, incapaces de ser solidarios con aquello que no les produzca ganancia. Se piensa que todo está bien si funciona, si no es así, hay que cambiar o eliminar la pieza defectuosa. El problema de este enfoque, dominante en muchos círculos de la sociedad, sobre todo en medios empresariales, es que la educación se vuelve en una especie de “hospital para sanos”: si tenemos buena materia prima (alumnos inteligentes, deseosos de sobresalir, proactivos) obtendremos buenos resultados (profesionistas competentes y competitivos en el mundo globalizado que nos tocó vivir), pero si no es así, el fracaso se atribuye a los mismos estudiantes o, en todo caso, a los profesores que no pudieron organizar las experiencias instruccionales previstas para el logro de los objetivos. La institución se lava las manos con argumentos como: “Los planes, programas y procedimientos están claramente establecidos, si ellos no los pueden seguir, es su problema”; “Las personas cambian y son prescindibles, las instituciones permanecen porque son útiles”.

A cambio de esto se propone un modelo donde se concibe que educar es un proceso para formar personas críticas y creativas, con un manejo adecuado de los conceptos, teorías y métodos de una profesión que les permita desarrollar puntos de vista propios, habilidades y actitudes para romper con paradigmas anquilosados y construir vías de acción razonables, comprometidos con una transformación positiva de la realidad social y natural donde viven, competentes en el sentido de tener una razonable exigencia de ser cada vez mejores y así resolver problemas de manera eficaz y eficiente, sí, pero con un sentido de pertinencia y relevancia ética y profesional de lo que hacen, capaces de convivir con sus semejantes y con la naturaleza de manera armónica y respetuosa, ubicadas en su entorno y capaces de trascenderlo en un proceso constante de superación, motivadas para transitar por la vida tomando riesgos de manera prudente, ejerciendo su libertad con responsabilidad a fin de lograr su autorrealización en búsqueda de la ontonomía.

Esta concepción tiene implicaciones en el ámbito curricular de la universidad, en sus concepciones de los procesos de enseñanza y aprendizaje y en las prácticas didácticas que ocurren en la misma. A continuación se describen.

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